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'' ¿Cuál es el parásito más resistente? ¿Una bacteria? ¿Un virus? ¿Una tenia intestinal?

- Lo que intenta decir el Sr. Cobb

- Una idea. Resistente. Altamente contagiosa. Una vez que una idea
se ha apoderado del cerebro es casi imposible erradicarla. Una idea
completamente formada y entendida,
que se aferra...''

lunes, 22 de septiembre de 2014

Astronomía: Teorías sobre el Origen de la Luna

1) Teoría de la Fisión:

Tomando en cuenta distintos datos y mediciones del pasado y que para mantener el “momento angular” del sistema Tierra-Luna, la Luna debería estar alejándose poco a poco, el matemático británico George H. Darwin (hijo de Charles, el gran naturalista que nos legó la gloriosa Teoría de la Selección Natural y la Evolución de las Especies) se lanzó al ruedo diciendo que tiempo atrás –unos 50 millones de años– la Tierra giraba sobre sí misma cada 5 horas, y la Luna estaba a sólo 10.000 kilómetros (actualmente, está a casi 400.000). Más allá de lo erróneo de las estimaciones de Darwin hijo, lo verdaderamente interesante eran sus conclusiones: como el satélite  giraba a toda velocidad, razonaba, la fuerza centrífuga habría abultado nuestro planeta en el ecuador, hasta que, tironeado también por la gravedad solar, parte de ese material protuberante se desgarró, se separó y se enfrió, formando un cuerpo independiente. Esta Teoría de la fisión, justificaba la liviandad de la Luna, dado que su materia prima habría sido, fundamentalmente, el manto externo de la Tierra, rocoso y menos denso que su corazón metálico. 
Pero las dataciones de rocas realizadas a principios del siglo XX mostraron que nuestro planeta no tenía decenas de millones de años, sino probablemente miles de millones de años. Por lo tanto, hasta las más osadas y remotas estimaciones de la supuesta época de la fisión quedaban muy cerca en el tiempo, cuando la Tierra hace rato que ya debería haberse enfriado y solidificado. Ante estas graves falencias, comienza a asomar la cabeza un nuevo modelo: La Teoría de la  Coacreción.

2) Teoría de la Cocreación:

Sus partidarios sostienen que la Luna había nacido en forma independiente, pero a partir de un disco de gases y escombros sólidos que rodeaban a la Tierra primitiva.
El principal punto débil de esta variante era que no justificaba las grandes diferencias estructurales entre la pesada Tierra y la liviana Luna: si ambas se habían gestado a la par, en la misma zona del Sistema Solar, sus materiales constitutivos deberían ser básicamente los mismos. Y sus densidades medias, en consecuencia, también. Y esto no es así.

3)  Teoría de la captura:


Más o menos en la misma época, apareció una tercera variante para explicar el nacimiento de nuestro satélite: en 1909, el astrónomo Thomas J. J. See lanza la curiosa Teoría de la captura. Era una apuesta científica completamente distinta a las dos anteriores: según See, la Luna se había gestado en otra región del Sistema Solar, allá a lo lejos, en las frías zonas de Saturno, Urano, o quizá más lejos aún. Una vez forjada aquella Luna primitiva, razonaba See, fue achicando progresivamente su órbita, porque a medida que giraba en torno al Sol, inexorablemente, iba perdiendo energía gravitatoria ante la tenaz resistencia del mar de gases y escombros del Sistema Solar primitivo.
Punto en contra: las órbitas de las lunas capturadas son generalmente muy ovaladas, y suelen estar muy inclinadas respecto del plano orbital de sus planetas. La Luna, por el contrario, tiene una órbita elíptica

4) Teoría del Impacto Gigante:

Las cosas dieron un vuelco muy interesante a comienzos de los años ’70: los cientos de kilos de rocas lunares traídas por las seis misiones Apolo, entre 1969 y 1972, echaron algo de luz al oscuro enigma lunar.
Entre otras cosas, los análisis químicos de esas preciosas piedras revelaron poco o nada de hierro, pero también una notable ausencia de agua unida a los minerales, y una baja cantidad de elementos volátiles en general (como potasio y plomo). Y eso parecía delatar que las rocas de la Luna habían soportado un calentamiento extremo. Como si se hubiesen forjado en un escenario violento e infernal. Estaban dadas las condiciones para el surgimiento de una nueva y más espectacular crónica de la génesis lunar: en 1974, los astrónomos William Hartmann y Donald Davis, del Instituto de Ciencias Planetarias de Tucson, se despacharon con la Teoría del Impacto Gigante. Durante los siguientes 500 o 600 millones de años, nuestro satélite vivió una infancia casi tan traumática como su nacimiento: un bombardeo continuo de meteoritos, cometas y asteroides. Y finalmente, colosales inundaciones de lava en su superficie: flujos de roca basáltica fundida, que brotaron desde su interior –aún muy caliente– colándose a través de las grandes y profundas fisuras, creadas en el manto exterior y la corteza por esos mismos impactos primigenios. Al enfriarse, esas masas calientes y viscosas formaron grandes llanuras, lisas y grises, que los primeros astrónomos que la observaron a través del telescopio bautizaron “mares”. De ahí en más, poco y nada ha cambiado en un mundito carente de atmósfera, agua y prácticamente todo tipo de agente de erosión significativa (más allá de una poco dañina y constante lluvia de micrometeoritos). La Luna es un verdadero fósil astronómico: luce hoy prácticamente igual que hace casi 4000 millones de años.

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